martes, 2 de enero de 2018

LAS SINSOMBRERO Y JOSÉ LUIS SÁNCHEZ


Buenas tardes. No podíamos dejar de hablar de  Las Sinsombrero sin nuestro bibliotecario favorito, Jose Luis, "el bibliotecario de Bracamonte". José Luis, muchísimas gracias por tu artículo. ¡Nos vemos en las redes! (y  espero que algún día en persona)

Las sinsombrero

La intolerancia, el machismo, el deseo de anulación de la mujer, su relegación sistemática, el sometimiento al varón, la subordinación jurídica, la ausencia de derechos, la humillación constante, el tratamiento de la mujer como un objeto, pudieran parecer actitudes de sociedades antiguas o de tiempos pretéritos, pero lastimosamente, estas situaciones son habituales en tiempos y espacios conocidos y cercanos. El pensamiento puritano y regresivo contra la emancipación de la mujer no es exclusivo de una ética concreta, ni de una religión, ni de un sistema político. Es la manifestación cotidiana de una educación que durante siglos, ha tratado a la mujer como alguien subordinado a los caprichos y a la voluntad del pensamiento machista imperante, en un contexto muchas veces asfixiante y carente incluso de derechos sociales. No están muy lejos los tiempos en los que una mujer había de solicitar el permiso del marido para estudiar, viajar o abrir una cartilla de ahorro.  Es verdad que aquello pasó, pero aún estamos en un tiempo en el que la mujer, aún trabajando fuera de casa, es la encargada de realizar las tareas domésticas de manera exclusiva en la mayoría de los domicilios; un tiempo en el que muchos hombres siguen considerando a la mujer como un objeto de su propiedad, donde la frase “la maté porque era mía” sigue teniendo vigencia, y el maltrato a la mujer se sigue valorando como algo normal en determinados ambientes. Sacar los pies del tiesto, no acatar determinados comportamientos de sumisión, mostrarse poco dispuesta a transigir con actitudes machistas, puede suponer el rechazo, el insulto e incluso la violencia contra quien tan valientemente se subleva. Estamos viendo estos días como una chica violada por cinco energúmenos, tiene que demostrar su inocencia y está siendo sometida a juicios de valor poco edificantes e incluso insultantes, por parte de los generadores de opinión. Condenamos la lapidación de la mujer adúltera en público, pero justificamos en privado el asesinato impune de la pareja que no se somete a los dictados del marido y a sus caprichos de machito.

Acostumbrados a ver la paja en el ojo ajeno, seguramente esta noticia nos parecerá inadmisible por lo que tiene de retrógrada y porque es una muestra de la intolerancia y la anulación de la mujer en las sociedades islámicas:

“Un grupo de mujeres musulmanas se despoja el chador en la Plaza Azadi de Teherán en un gesto de rebeldía siendo insultadas y apedreadas por una turba de enfurecidos hombres. Mostrar el cabello en público está considerado como un insulto a las costumbres y a la tradición islámica que reserva para la intimidad la exhibición de ciertas partes del cuerpo. De ahí la valentía de este grupo de mujeres, que reclaman el control sobre sus propios actos, sobre sus cuerpos, sobre sus vidas. El grupo, que ha sido calificado como activista peligroso y contrario al Islam, es conocido ya en su país como “las sin chador”. Se trata de una serie de intelectuales que pretendían también con este acto, dar visibilidad a su trabajo, ocultado de forma deliberada y sistemática por los guardianes de la ortodoxia religiosa y política”

Podríamos hacer la prueba, pero estoy totalmente seguro que mucha gente condenaría sin paliativos esta actitud de una sociedad como la musulmana, medieval y retrógrada en muchos aspectos, pero acabarían justificándola si hubiese producido en otro tiempo y en otro lugar. Imaginemos que estamos en la muy católica España y en el contexto de la dictadura de Primo de Rivera. Imaginemos que en lugar del chador o el burka, es el sombrero lo que desaparece de la cabeza en un acto de rebeldía y reivindicación de libertad en plena Puerta del Sol, y visualicemos ahora los mismos insultos, abucheos y agresiones que tuvieron lugar en Teherán, en el centro de Madrid ¿Cuántos de los críticos anteriores mantendrían la misma actitud beligerante hacia la intolerancia de una sociedad impregnada de religiosidad, conservadurismo, puritanismo y pensamiento machista? ¿Creéis que se juzgaría de la misma forma el deplorable comportamiento de un cristiano viejo que el de un musulmán anónimo? Yo, lo que creo es que al final, la mujeres que a tanto se atrevieran, serían tachadas de provocadoras y culpabilizadas de las agresiones a su persona con esa sentencia tan nuestra de “ellas se lo han buscado”.

Las sinsombrero podría ser el título de una película, o el nombre de un grupo de música pop, o el de una obra de teatro, incluso el de una canción. Realmente, un nombre tan sonoro y evocador podría encabezar muchas cosas. A mi me vino a la cabeza aquella frase comercial de la postguerra que anunciaba que los rojos no usaban sombrero y que enriqueció a un oportunista comerciante de la calle Montera. En una sociedad cerrada y agobiante, en la que la apariencia podía ser un síntoma de disidencia; no usar sombrero, de izquierdismo o mariconería; no llevar un escapulario o una medalla bien visible, de ateísmo; no usar el hábito del carmelo, de feminismo, cualquier comportamiento inusual podría ser interpretado como indeseable y peligroso. Si además, andan por medio artistas e intelectuales, el asunto hace saltar todas las alarmas de la bienpensante sociedad, y si a mayores el episodio está protagonizado también por mujeres, el anatema social no se hace esperar.

El gesto de quitarse el sombrero y pasear sin él por la Puerta del Sol, fue protagonizado por Maruja Mallo, Margarita Manso, Salvador Dalí y Federico García Lorca queriendo simbolizar la liberación de las ideas y de las convenciones sociales. Una transgresión que pretendía reivindicar también muchas de las inquietudes de una época marcada por la dictadura de Primo de Rivera: sufragismo, feminismo, libertad de pensamiento. Los insultos y las agresiones llegaron al instante por parte de los muy ofendidos varones que paseaban “como dios manda “ por aquel lugar en aquel momento. Dice Maruja Mallo que las tacharon de putas, y a ellos de “mariconas” puesto que la ausencia de sombrero debía identificarse con la ausencia de hombría. Todavía se encuentran abundantes ejemplares de “macho ibérico” que mantienen como seña de identidad esa mentalidad. Más difícil resulta encontrar tanto talento en tan solo cuatro personas. Ellos, Dalí y Lorca son de sobra conocidos, pero, ¿alguien sabe decir quienes eran sus insignes acompañantes? Ambas eran pintoras, y en el caso de Maruja Mallo, de reconocido prestigio internacional y vinculada al surrealismo. Las dos amigas se disfrazaron de hombres en otra ocasión, para visitar el Monasterio de Silos, al que no podían acceder mujeres, junto a sus dos afamados acompañantes. Maruja Mallo fue definida por Dalí como “mitad ángel, mitad marisco”. Lorca, por su parte, dedica a Margarita el romance Muerto de amor, en el Romancero Gitano. Ellas dos, junto a Concha Méndez, María Teresa León, María Zambrano, Rosa Chacel, Josefina de la Torre, Ernestina de Champourcin y Marga Gil Roësset son el alma de la Generación del 27, aunque también su cara oculta. El talento de este grupo es tal que ha trascendido a su forzada invisibilidad, con reconocimientos de tal magnitud como Premio Cervantes, Príncipe de Asturias e incluso alguna candidatura al Nobel. Digo forzada, porque algún caso hubo en el que el marido firmaba los textos de su mujer y los hacía pasar como propios (María de la O Lejárraga, esposa de un tal Gregorio Martínez Sierra). En este grupo, la poesía encuentra su hábitat natural, pero también la interpretación, la filosofía, la narrativa, la pintura, el ensayo, el compromiso cultural y político. El muy machista Gerardo Diego no tuvo más remedio que incluir, si bien a regañadientes, a Ernestina de Champourcin y Josefina de la Torre en su Antología de la Poesía Española. Una por una, cualquiera de ellas atesora tantos méritos como los que puedan haber obtenido sus célebres compañeros de generación. Una por una, brillan con la misma o mayor intensidad que sus homólogos masculinos en aquellas artes a las que dedicaron sus vidas. Una por una, la potencia de su intelecto contribuyó a crear una de las generaciones más brillantes de la cultura hispánica. Pero, la guerra, el exilio y una sociedad de postguerra retrógrada cuyo modelo femenino se inspiraba en la subordinación absoluta de la mujer dictada por la Sección Femenina, nos ocultaron sus nombres y sus obras de los libros de texto y de los manuales de literatura. Sin embargo, han llegado hasta nosotros, ahora sí, revestidas con sus muchos méritos, gracias al esfuerzo de Tánia Balló, entre otras y al proyecto Crossmedia. Cada una de ellas merecería una monografía. Yo me he quedado fascinado con la personalidad de Maruja Mallo y de Josefina de la Torre, pero sin ningún pudor, me quito el sombrero ante todas ellas.

José Luis Sánchez Rodríguez
@JLBracamonte



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