Buenas tardes. No podíamos dejar de hablar de Las Sinsombrero sin nuestro bibliotecario favorito, Jose Luis, "el bibliotecario de Bracamonte". José Luis, muchísimas gracias por tu artículo. ¡Nos vemos en las redes! (y espero que algún día en persona)
Las sinsombrero
La intolerancia, el machismo, el deseo de anulación de la mujer, su
relegación sistemática, el sometimiento al varón, la subordinación jurídica, la
ausencia de derechos, la humillación constante, el tratamiento de la mujer como
un objeto, pudieran parecer actitudes de sociedades antiguas o de tiempos
pretéritos, pero lastimosamente, estas situaciones son habituales en
tiempos y espacios conocidos y cercanos. El pensamiento puritano y
regresivo contra la emancipación de la mujer no es exclusivo de una ética concreta,
ni de una religión, ni de un sistema político. Es la manifestación cotidiana de
una educación que durante siglos, ha tratado a la mujer como alguien
subordinado a los caprichos y a la voluntad del pensamiento machista imperante,
en un contexto muchas veces asfixiante y carente incluso de derechos sociales.
No están muy lejos los tiempos en los que una mujer había de solicitar el
permiso del marido para estudiar, viajar o abrir una cartilla de ahorro.
Es verdad que aquello pasó, pero aún estamos en un tiempo en el que la
mujer, aún trabajando fuera de casa, es la encargada de realizar las tareas
domésticas de manera exclusiva en la mayoría de los domicilios; un tiempo en el
que muchos hombres siguen considerando a la mujer como un objeto de su propiedad,
donde la frase “la maté porque era mía” sigue teniendo vigencia, y el
maltrato a la mujer se sigue valorando como algo normal en determinados
ambientes. Sacar los pies del tiesto, no acatar determinados comportamientos de
sumisión, mostrarse poco dispuesta a transigir con actitudes machistas, puede
suponer el rechazo, el insulto e incluso la violencia contra quien tan
valientemente se subleva. Estamos viendo estos días como una chica violada por
cinco energúmenos, tiene que demostrar su inocencia y está siendo sometida a
juicios de valor poco edificantes e incluso insultantes, por parte de los
generadores de opinión. Condenamos la lapidación de la mujer adúltera en
público, pero justificamos en privado el asesinato impune de la pareja que no
se somete a los dictados del marido y a sus caprichos de machito.
Acostumbrados a ver la paja en el ojo ajeno, seguramente esta noticia nos
parecerá inadmisible por lo que tiene de retrógrada y porque es una muestra de
la intolerancia y la anulación de la mujer en las sociedades islámicas:
“Un grupo de mujeres musulmanas se despoja el chador en la Plaza Azadi de
Teherán en un gesto de rebeldía siendo insultadas y apedreadas por una turba de
enfurecidos hombres. Mostrar el cabello en público está considerado como un
insulto a las costumbres y a la tradición islámica que reserva para la
intimidad la exhibición de ciertas partes del cuerpo. De ahí la valentía de
este grupo de mujeres, que reclaman el control sobre sus propios actos, sobre
sus cuerpos, sobre sus vidas. El grupo, que ha sido calificado como activista
peligroso y contrario al Islam, es conocido ya en su país como “las sin
chador”. Se trata de una serie de intelectuales que pretendían también con este
acto, dar visibilidad a su trabajo, ocultado de forma deliberada y sistemática
por los guardianes de la ortodoxia religiosa y política”
Podríamos hacer la prueba, pero estoy totalmente seguro que mucha gente
condenaría sin paliativos esta actitud de una sociedad como la musulmana,
medieval y retrógrada en muchos aspectos, pero acabarían justificándola si
hubiese producido en otro tiempo y en otro lugar. Imaginemos que estamos en la
muy católica España y en el contexto de la dictadura de Primo de Rivera.
Imaginemos que en lugar del chador o el burka, es el sombrero lo que desaparece
de la cabeza en un acto de rebeldía y reivindicación de libertad en plena
Puerta del Sol, y visualicemos ahora los mismos insultos, abucheos y agresiones
que tuvieron lugar en Teherán, en el centro de Madrid ¿Cuántos de los críticos anteriores
mantendrían la misma actitud beligerante hacia la intolerancia de una sociedad
impregnada de religiosidad, conservadurismo, puritanismo y pensamiento
machista? ¿Creéis que se juzgaría de la misma forma el deplorable
comportamiento de un cristiano viejo que el de un musulmán anónimo? Yo, lo que
creo es que al final, la mujeres que a tanto se atrevieran, serían tachadas de
provocadoras y culpabilizadas de las agresiones a su persona con esa sentencia
tan nuestra de “ellas se lo han buscado”.
Las sinsombrero podría ser el título de una película, o el nombre de un
grupo de música pop, o el de una obra de teatro, incluso el de una canción.
Realmente, un nombre tan sonoro y evocador podría encabezar muchas cosas. A mi
me vino a la cabeza aquella frase comercial de la postguerra que anunciaba que los
rojos no usaban sombrero y que enriqueció a un oportunista
comerciante de la calle Montera. En una sociedad cerrada y agobiante, en la que
la apariencia podía ser un síntoma de disidencia; no usar sombrero, de
izquierdismo o mariconería; no llevar un escapulario o una medalla bien
visible, de ateísmo; no usar el hábito del carmelo, de feminismo, cualquier
comportamiento inusual podría ser interpretado como indeseable y peligroso. Si
además, andan por medio artistas e intelectuales, el asunto hace saltar todas
las alarmas de la bienpensante sociedad, y si a mayores el episodio está
protagonizado también por mujeres, el anatema social no se hace esperar.
El gesto de quitarse el sombrero y pasear sin él por la Puerta del Sol, fue
protagonizado por Maruja Mallo, Margarita Manso, Salvador Dalí y Federico
García Lorca queriendo simbolizar la liberación de las ideas y de las
convenciones sociales. Una transgresión que pretendía reivindicar también
muchas de las inquietudes de una época marcada por la dictadura de Primo de
Rivera: sufragismo, feminismo, libertad de pensamiento. Los insultos y las
agresiones llegaron al instante por parte de los muy ofendidos varones que
paseaban “como dios manda “ por aquel lugar en aquel momento. Dice Maruja Mallo
que las tacharon de putas, y a ellos de “mariconas” puesto que la ausencia de
sombrero debía identificarse con la ausencia de hombría. Todavía se encuentran
abundantes ejemplares de “macho ibérico” que mantienen como seña de identidad
esa mentalidad. Más difícil resulta encontrar tanto talento en tan solo cuatro
personas. Ellos, Dalí y Lorca son de sobra conocidos, pero, ¿alguien sabe decir
quienes eran sus insignes acompañantes? Ambas eran pintoras, y en el caso de
Maruja Mallo, de reconocido prestigio internacional y vinculada al surrealismo.
Las dos amigas se disfrazaron de hombres en otra ocasión, para visitar el
Monasterio de Silos, al que no podían acceder mujeres, junto a sus dos afamados
acompañantes. Maruja Mallo fue definida por Dalí como “mitad ángel, mitad
marisco”. Lorca, por su parte, dedica a Margarita el romance Muerto de amor, en
el Romancero Gitano. Ellas dos, junto a Concha Méndez, María Teresa León, María
Zambrano, Rosa Chacel, Josefina de la Torre, Ernestina de Champourcin y Marga
Gil Roësset son el alma de la Generación del 27, aunque también su cara oculta.
El talento de este grupo es tal que ha trascendido a su forzada invisibilidad,
con reconocimientos de tal magnitud como Premio Cervantes, Príncipe de Asturias
e incluso alguna candidatura al Nobel. Digo forzada, porque algún caso hubo en
el que el marido firmaba los textos de su mujer y los hacía pasar como propios
(María de la O Lejárraga, esposa de un tal Gregorio Martínez Sierra). En este
grupo, la poesía encuentra su hábitat natural, pero también la interpretación,
la filosofía, la narrativa, la pintura, el ensayo, el compromiso cultural y
político. El muy machista Gerardo Diego no tuvo más remedio que incluir, si
bien a regañadientes, a Ernestina de Champourcin y Josefina de la Torre en su
Antología de la Poesía Española. Una por una, cualquiera de ellas atesora
tantos méritos como los que puedan haber obtenido sus célebres compañeros de
generación. Una por una, brillan con la misma o mayor intensidad que sus
homólogos masculinos en aquellas artes a las que dedicaron sus vidas. Una por
una, la potencia de su intelecto contribuyó a crear una de las generaciones más
brillantes de la cultura hispánica. Pero, la guerra, el exilio y una sociedad
de postguerra retrógrada cuyo modelo femenino se inspiraba en la subordinación
absoluta de la mujer dictada por la Sección Femenina, nos ocultaron sus nombres
y sus obras de los libros de texto y de los manuales de literatura. Sin
embargo, han llegado hasta nosotros, ahora sí, revestidas con sus muchos
méritos, gracias al esfuerzo de Tánia Balló, entre otras y al proyecto Crossmedia. Cada una de ellas
merecería una monografía. Yo me he quedado fascinado con la personalidad de
Maruja Mallo y de Josefina de la Torre, pero sin ningún pudor, me quito el
sombrero ante todas ellas.
José Luis Sánchez Rodríguez
@JLBracamonte
No hay comentarios:
Publicar un comentario