Ayer se fue a los 96 años, Marcos Ana, seudónimo formado con los nombres de sus padres, con el que era conocido Fernando Macarro Castillo (Alconada, Salamanca, 20 de enero de 1920 - Madrid, 24 de noviembre de 2016).
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El poeta, conocido también por ser el preso político del franquismo que más tiempo permaneció en la cárcel, 23 años, fue un referente de la lucha antifascista y por la libertad.
En 2010, Marcos Ana fue galardonado con el Premio René Cassin de Derechos Humanos, otorgado por el Gobierno Vasco, por su actitud al salir de prisión, al defender «la paz y el diálogo» y rechazar «cualquier deseo de venganza».
Os recomendamos la lectura del artículo de Isaac Rosa en eldiario.es, "Cuéntenles a sus hijos quién es Marcos Ana", para conocerlo más, y explicar a sus hijos quien fue Marcos Ana.
(Actualizado con este video de Amnistía Internacional)
Para finalizar os dejamos con uno de sus poemas:
Carta urgente a la juventud del mundo
Si la juventud quisierami pena se acabaría,
y mis cadenas.
(Decid ¡basta!
Haced la prueba.)
Vuestros brazos son un bosque
que llena toda la tierra;
si enarboláis vuestras manos
el cielo cubrís con ellas.
¿Qué tiranos, qué cerrojos,
qué murallones, qué puertas
no vencieran vuestras voces
en un alud de protesta?
(Todos los tiranos tienen
sus pedestales de arena,
de sangre rota, y de barro
babilónico sus piernas.)
Pronunciad una palabra,
decid una sola letra,
moved tan solo los labios
a la vez y la marea
juvenil atronaría
como un mar cuando se encrespa.
Pero, ¿quién soy yo, qué barco
de dolor, qué espuma vieja,
qué aire sin luz en el viento
acerco a vuestras riberas?
Como campanario de oro
vuestros corazones sueñan.
La juventud es la hora
del amor, su primavera.
¿Por qué mover vuestras ramas
alegres con mi tristeza?
¿No es mejor que yo me coma
mi pan solo en las tinieblas;
que mis pies cuenten las losas
veinte años más, mientras sueñan
mis alas entre las nubes
de un cielo roto en mis rejas?
Pero la vida -mi vida-
me está clamando en las venas;
abrasa loca las palmas
de mis manos; lanzaderas
clava y desclava en mi frente
y el pensamiento me quema.
Ved nuestros tonos. Ya somos
como terribles cortezas;
claustrales rostros, salobres
ojos que buscan a tientas
-sedientos de luz y sol-
una grieta entre las piedras.
No sabéis lo que es vivir
muriéndose a vida llena;
grises, sobre grises patios,
sin más luz que una bandera
de amor...
Ni lo sepáis nunca...
Más si queréis que esta lepra
jamás os alcance el pecho,
no dejéis "mi muerte" quieta.
No dejadme, no dejadnos
con nuestras sienes abiertas
y en un cerrojo sangrante
crucificada la lengua.
Levad vuestros pechos. ¡Pronto!
( Es bueno que esta gangrena
os revuelva las entrañas.)
¡Echad abajo mi celda!
Abrid mi ataúd; que el mundo
en pie de asombro nos vea
indomables, pero heridos,
sepultos bajo la tierra.
¡Que no queden en silencio
mis cadenas!
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